Un
derbi hay que jugarlo. Un derbi hay que ganarlo, da igual si marcas
con las manos o simulas un penalti mientras el árbitro no te vea. Un
derbi hay que ganarlo sí o sí. Se enfrentan dos de los mejores
equipos del mismo pueblo/ciudad/país. Hoy juega por un lado la razón
y el sentido común, hoy vestidos de negro y por otro la emoción del
sentimiento, vestidos de: depende del día. Y, el árbitro. Aquel que
dice lo que esta bien o no. Aquel que te dice lo que puedes hacer y
lo que no puedes ni saltarte un centímetro. Aquel tópico de dar las
gracias por ser educado o de simplemente poner buena cara cuando
deseas aplastar al rival.
Aunque
antes de empezar todas las casas de apuestas dan como ganadora la
razón, como los partidos anteriores, este se juega en el campo. Esta
hoy juega en casa, delante de toda su afición. Tan políticamente
correctos dejan sacar al equipo rival como acto de valentía y
simpatía.
Enseguida
la razón roba la pelota y empieza a construir su maravilloso juego.
Como si del mejor fútbol se tratara empieza a exhibirse por todo el
campo dejando ver como la emoción del sentimiento corre tras ella,
corre siempre tras el balón. El equipo que hoy viste de luto no
tarda mucho en marcar su primer gol gracias a uno de sus mejores
pensamientos.
Empieza
la segunda parte, que aunque dicen que nunca son buenas, empieza
mejor para el equipo rival. La emoción del sentimiento, latido a
latido, va acercándose cada vez más a el área rival. Finalmente, e
inevitablemente nace, sin ningún precedente alguno y como si se
tratara de una flor silvestre el gol que pone el empate en el
marcador. No solamente suman un tanto, sino que también le devuelve
la ilusión a los pocos aficionados que se han desplazado para ver
sufrir su equipo en un partido que empezaban perdiendo. Aquella
ilusión eterna que renace en muy pocas ocasiones del alma de los
aficionados. Aquella que muchos pasan la vida buscando y nunca
encuentran. Aquella que como más busques menos veras. Aquella que no
te acabara dando la vida a no ser que lo hagas realidad.
Con
un inesperado empate que ni uno mismo entiende el partido se tendrá
que resolver en los penaltis, donde la suerte desempeña un papel
imprescindible. Es justo en esta situación y momento del partido
donde las derrotas duelen más, como si de un manotazo en la cara se
tratara. En este momento toca, probablemente, lo más difícil:
elegir y desempatar.
Un
día aprendí que prefiero ser feliz a tener razón. Un día aprendí
que empiezas a vivir la vida cuando entiendes que nada es eterno. Un
día aprendí que cuanto más dura es la caída más grande es la
lección. Un día aprendí que la soledad es mala compañera y el
silencio peor destino. Hoy te pido perdón por mañana.